La identidad se teje con hilos de fábula audiovisual en Caperucita Roja, ópera prima de Tatiana Mazú González (1989) a estrenarse en el cineclub Hugo del Carril. Documental político de retazos domésticos, hace foco en la abuela española de la directora, Juliana, que a sus 80 años aún recita el cuento de Caperucita Roja con la clarividencia imborrable que inculca la tradición oral.
De sufrido pasado campesino y migrante, la anciana pasa hoy sus días cosiendo con una pericia artesanal en la que la realizadora proyecta su arte: el filme se nutre tanto de estampas de familia como de hilados fantasmales que reformulan el mito.
La charla entre generaciones sobre las penurias económicas de otras décadas, el canto de karaoke entre hermanas de un himno anarquista o la lectura en clan del relato de Perrault conviven con imágenes suspendidas de frutas y tijeras, tomas de paisajes de tiempo indefinido y el seguimiento de unas huellas de animal en la nieve.
El lobo es el eslabón ominoso que enlaza a las protagonistas colectivas, y el bosque el laberinto iniciático que se dispone a atravesar Tatiana con la caperuza que le tejió su abuela. Una breve escena en la que se ve a la directora cantando en una movilización feminista es el destello literal que el filme se permite para subrayar su espejo, que por lo demás se sirve del juego, la poesía y la contemplación para manufacturar su bordado.
Esa propuesta que trasciende lo autobiográfico se radicalizará en la extraordinaria Río turbio, siguiente filme de Mazú González dedicado al trabajo minero que tiende lazos formales con Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse, del local Pablo Martín Weber o el libro La compañía, de Verónica Gerber Bicecci.
“Me gusta pensar que no decidimos hacer una película sobre algo sino que la necesidad nos toma por asalto, ya sea emocional o políticamente. También pienso el cine como una forma de habitar el mundo, esa es la razón de ser de Caperucita Roja”, dice Mazú González.
Y sigue: ”De alguna manera el filme empezó cuando nací. Empecé a quedar al cuidado de mi abuela mientras mi mamá y papá se iban a trabajar. En esos largos tiempos compartidos crecí escuchándola, mi abuela fue prácticamente analfabeta hasta sus 12 años y eso la hizo una gran contadora de historias propias y ajenas, de cuentos de hadas, de canciones populares y romances medievales. Siempre me ha maravillado ese fluir de la conciencia narradora que iba fluctuando entre realidad y ficción mientras ella cosía”.
Agrega: “Cuando empecé a estudiar cine sabía que me interesaba recuperar algo de todo eso en una película. En ese momento pensaba que iba a ser ficción, porque los estudiantes venimos formateados así, pero con el tiempo empecé a darme cuenta de que me interesaba más trabajar con la realidad como materia prima de forma no purista”.
“Después en 2015 venía de varios años de activismo cercano a organizaciones de izquierda y de la universidad y el feminismo y empecé a mirar la historia de mi abuela de otra manera, con una mirada de clase y género que antes no tenía. A fines de ese año me entero que el pueblo en que mi abuela había nacido y crecido en España planeaba ser convertido en un hotel temático sobre la resistencia al franquismo. La noticia me pareció tan absurda que terminó siendo el puntapié definitivo para que me ponga a trabajar en la película”, expresa.
Educación sentimental
–¿Por qué la elección de la fábula de Caperucita y de los cuentos de hadas?
–Algo que tenía claro desde un principio era que los cuentos de hadas iban a filtrar la película y que había un clima de infancia que se iba a mezclar con la realidad naturalista. La Caperucita Roja atraviesa mi historia porque desde que soy chiquita hay una versión en verso del cuento que le compró mi abuela a mi mamá y que fue uno de los libros con los que mi mamá aprendió a leer. Mi abuela se lo aprendió de memoria y nos lo contó también a mi hermana y a mí cuando éramos chiquitas. Por otro lado es un cuento disciplinador hacia las mujeres que se salen de su camino, es un castigo a la curiosidad. Los cuentos de hadas esclarecen a contrapelo la educación sentimental, ética, del patriarcado moral capitalista, y a la vez abren al territorio de la imaginación. Hay algo de esa imaginación en disputa que existe desde la infancia que me interesó particularmente.
–¿Qué aprendiste de ese cruce de generaciones atravesado por el género?
–Cuando hablaba con otras chicas de mi generación con quienes nos encontrábamos en la calle en la lucha por el Ni Una Menos o el aborto legal y les contaba de la peli surgía que todas sentíamos más fuerte la influencia de nuestras abuelas que de nuestras madres. A nuestras abuelas les tocó crecer en un momento signado por la guerra, la migración, situaciones de trabajo muy duras, de mucha presión. Nuestra generación es una que de a poquito y con todas las dificultades está volviendo a hacerse preguntas e intentar organizarse para rediscutir y plantear otro mundo posible, en un momento con un nivel de precariedad laboral e inestabilidad económica absolutas donde nos cuesta tener perspectiva de futuro. Esa transformación necesariamente es histórica y se va a poder llevar a cabo con plena consciencia de lo que vino antes. No pasa por hacer borrón y cuenta, nueva sino por reescribir antiguos relatos.
Para ver
El documental Caperucita Roja se proyecta del jueves 11 al miércoles 17 de noviembre en cineclub municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49). Más información, aquí.
La Voz