Guillermo Mena comenzó a fabricar sus propias carbonillas en 2017, como parte de un proceso que apuntaba a generarse una sustancia que le permitiera dibujar grandes superficies pero que además implicó una especie de viaje en el tiempo materializado en un regreso a Los Cóndores, su pago de origen.
A ese lugar fue a buscar un bosquecito guardado en los recuerdos adolescentes, para caminarlo de nuevo y juntar las ramas que el fuego convertiría después en carbón.
Este ritual alquímico de transformación, como lo llama el artista, se convirtió en parte habitual de una dinámica de trabajo que se va acomodando a las demandas de una vida nómade, a los tironeos de una nostalgia persistente y a algunos motivos que funcionan como anclajes pero también como puntos de fuga.
“Mena es el demiurgo de la línea, la textura, la trama y el trazo, expandidos en una épica del gesto y del carácter gráfico, allí donde el dibujo deja de ser registro subjetivo para convertirse en puro fenómeno, un ente autónomo que sobreviene como una fastuosa catástrofe natural”, lo define Eduardo Stupía.
La obra de Mena pasó recientemente por arteBa, de la mano de la galería Gachi Prieto.
El dibujante cordobés se encuentra actualmente en Estados Unidos trabajando en “El fin de un paisaje”, una instalación que invadirá los muros de la galería Jewett Art Center, que funciona en el Wellesley College (Massachusetts). El 15 de noviembre se habilitará al público esta experiencia.
En diciembre, con sede en el Museo de Bellas Artes de Río Cuarto, Mena será parte de una de las muestras colectivas del circuito “Mirada Federal” (obras de la colección del Palais de Glace), y en febrero del año entrante su agenda viajera se reactivará con un salto, gigante como sus dibujos, hacia Finlandia, donde realizará una residencia.
Habitar el espacio
–¿En qué consiste “El fin de un paisaje”? ¿Es una instalación que vas a realizar in situ?
–”El fin de un paisaje” es una instalación de dibujo que va a recorrer la totalidad de los muros de la sala. Constituye un retorno y superposición de diferentes maneras de trabajar en los últimos cinco años, en relación a la imagen, el material y el uso del espacio. Aparecen formas que recuerdan a rocas, fenómenos geológicos o desmoronamientos montañosos en un estado de suspensión o flotando. La idea de un paisaje geológico en deterioro siempre apareció alrededor de mi trabajo. Esta vez se presenta en parte ficticio, irreal, aparece en fuerte relación a la percepción de hogar, contexto, espacio habitado portador de elementos identitarios. La nostalgia y una esencia melancólica se van retroalimentando dentro de un proceso de la obra que se ve afectada por un habitar cambiante y transitorio. La obra va ser realizada in situ con carbonilla sobre el muro. Un factor importante en mi manera de trabajar es la necesidad de habitar el espacio mediante el dibujo, permitir que los materiales y el movimiento comiencen a reaccionar con el muro y disparen posibles direcciones en torno a una imagen mental previa. Como complemento a esta instalación, realizamos dos talleres de fabricación de carbón y dibujo: esto consiste en dos encuentros en los que voy a compartir con las alumnas de dibujo la acción de hacer carbonilla a partir de maderas recolectadas en los alrededores del campus.
–En febrero vas a hacer una residencia en Islandia. ¿Elegiste ese lugar por alguna razón en particular?
–Hace años que tengo en la mente conocer ese lugar, siempre fue algo que parece lejano e imposible. En mis proyectos siempre me gustó hacer aparecer situaciones climáticas que conecto mucho con la nostalgia, procesos personales en torno al apego y al desapego, y la distancia mental física de algo que podemos considerar hogar. Me intriga la confluencia de situaciones geológicas que suceden en esa isla, los climas extremos, los paisajes desolados, el viento y la actividad volcánica. Algo de la distancia y la soledad que implican también ese tipo de lugares me atrae, quizás como una forma de explorarlo a un nivel extremo, de ver qué pasa cuando me expongo a este contexto a nivel personal, psicológico o físico. Todo esto que cuento es en parte una idealización previa, y creo que muchas veces el trabajo en residencia se trata de eso, de tener un plan inicial, una idea sujeta a ser modificada completamente y tomar direcciones inesperadas.
–¿Qué tenés pensado trabajar en la residencia?
–Traigo conmigo un montón de proyectos que ya están en proceso, muchos de ellos implican más un momento de investigación, escribir y reflexionar. Uno de ellos es un libro, y algunos proyectos a futuro para los que usaré parte del tiempo en la residencia. Paralelamente voy a iniciar un proyecto nuevo, en realidad me cuesta decir “proyecto nuevo” porque todos están muy entrelazados y a veces es difícil entender cuándo empieza uno o termina otro. Pero hace tiempo vengo trabajando con video y animación, es algo que siempre dio vueltas alrededor de la obra, apareciendo en algunas instalaciones de manera casi secundaria. En SIM Islandia (https://www.sim-residency.info/) voy a trabajar dibujos e imágenes digitales que partirán de fotografías en la naturaleza, fotomontajes y animación que conforman situaciones y escenarios irreales, algo así como fragmentos o cápsulas imaginadas sobre situaciones destructivas, presentes o pasadas. Este vínculo con algunas herramientas digitales o de diseño siempre estuvo presente pero en los últimos años mi trabajo se volvió tan matérico que eso quedó en un segundo plano. Hay algo del ida y vuelta entre lo analógico y lo digital que siempre está presente y me interesa evidenciarlo o explorarlo en este viaje.
–¿Cómo arranca una obra tuya, cómo se gesta? ¿Siempre hay un concepto que la dispara? ¿O prima, digamos, una cuestión formal o visual?
–Existe un concepto, una idea que rodea un proyecto general o grupo de obras, pero lo formal y visual siempre es el punto de partida. Incluso cuando hay una idea previa, puede terminar cambiando totalmente o siendo descartada cuando la experiencia concreta del material y la imagen toman lugar. Hoy en mi obra predomina un factor material muy fuerte, el dibujo como un elemento de acción muy directo e inmediato es fundamental como disparador. Muchas veces “me olvido” de dibujar y empiezo solo a pensar alguna idea o proyecto, pero sin la prueba, error y materialización en dibujo todo lo demás puede quedar en la nada. La experimentación y el dibujo automático en principio fueron una manera de encontrarme con situaciones visuales que luego interpreto. El factor performativo en la acción de dibujar siempre llevó a tomarlo como algo rápido, acumulado, enérgico y tenso. Todas estas características empiezan a aparecer visualmente y la línea, el grafito, el carbón y la fricción entre esos materiales es algo que se alinea fuertemente a cosas que pienso, mecanismos mentales acumulados, escenarios de violencia o tensión, o escenarios nostálgicos que transitan entre la calma y la explosión.
–El paisaje, la naturaleza, los fenómenos climáticos, el mundo en el que vivimos sacudido por una especie de colapso sin fin son elementos que ganan presencia y son una constante en tu obra. ¿De dónde proviene ese interés?
–En principio estos fenómenos climáticos fueron algo casi encontrado en los dibujos, puede que haya un momento post-adolescente introspectivo en el que personalmente me metía en esta sensación de nostalgia, quizás incertidumbre. Las lluvias, tormentas y días nublados siempre fueron algo repetitivo en mis dibujos, también un estado climático que me atrae y me tranquiliza particularmente. Este pensamiento me llevó inevitablemente a pensar en el aspecto “oscuro” de estas tormentas, algo así como el elemento destructivo del clima. Tomando hoy el clima como indicador constante de fragilidad y colapso en el que no dejamos de adentrarnos como especie, si bien el origen de este interés es en relación a algo personal, no puedo dejar de extrapolarlo y pensar en el contexto destructivo que los humanos estamos perpetuando con nuestra propia actividad que al parecer no somos capaces de controlar.
–En las memorias conceptuales sobre tu trabajo aparece la cuestión de la nostalgia. ¿En qué sentido esa emoción está vinculada a lo que hacés? ¿A qué está referida esa nostalgia?
–Entiendo la nostalgia como este anhelo de regresar en pensamientos a lugares, personas o situaciones pasadas. Esto siempre formó parte de mi personalidad, generando un estado por momentos melancólico que hoy considero valioso, pero que también puede propiciar estados negativos o estancamientos anímicos. Soy muy consciente de eso que forma parte de mí y lo hago parte. Mucho tiempo esto no tuvo lugar o al menos forma concreta en mi obra, pero en 2017 comencé a darle un giro más fuerte, cuando comencé a vincular el dibujo y el carbón con la idea de historia personal, lugar de origen y los recuerdos que a veces necesitamos resguardar, procesar o quizás recrear. Es acá donde empiezan a aparecer la necesidad de volver al lugar de origen (mi pueblo natal de Los Cóndores, provincia de Córdoba) o lugares habitados en diferentes momentos de mi vida. Aparece en una parte fundamental de mi trabajo hoy, que tiene que ver con el intento constante de rescate de cosas, residuos o escombros a partir de lugares habitados que sabemos que van a ser abandonados o destruidos.
Jugar con fuego
–¿Cuándo empezaste a generar tus propios materiales?
–En 2017 empecé a pensar en un proyecto que luego se llamó “Regreso-Erosión”. El carbón fue siempre un material muy presente en mi trabajo, más aún cuando empecé a trabajar en dibujos de gran formato, ya sea en papeles o en muros de salas. Mi contacto con este material surgió a partir de la necesidad de abarcar más superficies en menos tiempo. Pero, también, esa capacidad del carbón de expandirse, por ser volátil y sucio, me permitió explorarlo de muchas maneras más allá del dibujo concretamente. “Regreso-Erosión” consistió en volver a los lugares que había habitado anteriormente, inicialmente Los Cóndores, donde nací, y recolectar maderas y ramas de un pequeño bosque de eucaliptos que yo solía caminar en mi adolescencia. La idea era fabricar carbón con estas maderas para que luego formaran parte de dibujos. Realicé esta acción también en Río Cuarto y en la ciudad de Córdoba, durante 2018. Como conté anteriormente, materializar esto hizo que me encontrara con un montón de posibilidades muy diferentes de las que había pensado inicialmente. De repente estaba rescatando material cargado simbólicamente para mí y transformándolo mediante este ritual alquímico en algo que podría continuar un proceso de transformación. El carbón que se desgasta y se destruye para ser mancha y así pasar al muro. Aquí mi proceso se expandió a múltiples formatos en los que rescaté piezas de carbón, intenté registros documentales de cada momento, de lo que pasa entre medio, lo anecdótico, lo accidental y los descubrimientos en cada momento.
–¿Cómo es el proceso? ¿Podés visualizar de dónde vino esa necesidad?
–El procedimiento de hacer carbón es muy simple, y generalmente es algo que se aprende muchas veces como experiencia práctica en las escuelas de arte. Consiste en cortar ramas de sauce o rosa, colocarlas dentro de una lata y exponerlas al fuego para que se carbonicen o cocinen. Mi intención nunca fue la de generar carbonilla para dibujar propiamente, lo que me interesaba era la posibilidad de esta transformación material como posibilitador de un ciclo de materiales que se retroalimenta a sí mismo. En el video del Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) de Uruguay (www.youtube.com/watch?v=z6KUPG7RG4c) intenté un registro documental de cada momento, es en este caso donde entiendo que el mecanismo material que generé para pensar mi historia personal puede ser aplicado o trasladado a otros contextos, como lo fue el EAC, una ex-cárcel en Montevideo. Allí, recolectar ramas del patio de la prisión, carbonizarlas y llevarlas al muro de una celda cobró un sentido totalmente diferente, en el que siento que el mismo contexto se manifiesta en este material y en los muros y yo soy un habilitador de eso, que luego va a rescatar sus escombros para guardarlos.
–¿Pensás que tu obra es “autobiográfica” en algún sentido? ¿Determinadas experiencias son llevadas al campo del arte?
–Nunca llamé a mi obra “autobiográfica”, pero en gran parte hay un momento en que sí, cuando empiezo a relacionar esta cronología de lugares habitados, me conecto directamente con mi historia y los sucesos de cada momento. Llevar estas experiencias al campo del arte hizo que allí se den situaciones concretas que inevitablemente afectan mi vida, mis desplazamientos e ideas. Hoy mi obra habla de los lugares que habito transitoriamente, del apego y desapego con esos espacios y de cómo todo se va modificando o adaptando para irse a otro lugar.
–En el texto sobre “El fin de un paisaje” se lee que “el desplazamiento continuo y una vida nómada comenzó a generar una identidad propia en su práctica artística y manera de manifestarse”. ¿En qué consiste esta vida nómada?
–Hace más de seis años que me fui de Río Cuarto, y desde ese momento mi vida fue transitando por diferentes casas, temporales, pasajeras y cambiantes. El hecho de mudarme constantemente parecía algo momentáneo o circunstancial, pero genera un hábito. Me acostumbré a estar de paso por los lugares, estar un par de años, ir y venir, viajar constantemente. Por momentos es desgastante físicamente, emocionalmente también. Hoy estoy asumiendo que es un poco mi vida, que aprendí a desapegarme constantemente de lugares, a volverme más liviano o práctico para muchas cosas. Esta forma de vida me permitió realizar muchos proyectos, estar “libre” en muchos sentidos, a su vez es un desafío también económico generar una forma de trabajo independiente que oscila entre el trabajo como diseñador gráfico y animador y también, de a poco, la posibilidad de que algunos proyectos empiecen a ser más sustentables mediante becas, apoyos económicos o cosas relacionadas. Hoy mi obra está adaptada al viaje, el material se puede conseguir o generar in situ, se despliega gigantemente en forma de dibujo y se desarma en horas. Se crea y se transforma o destruye, se registra y se abandona. Estos factores hoy son elementos que identifican a mi práctica que también ponen en juego muchos temas como la acumulación de objetos, las estructuras sociales en cuanto a establecerse o aferrarse y las necesidades personales de libertad y apertura que al menos hoy sostengo, pero que en cualquier momento pueden llegar a punto de quiebre o replanteo.
La Voz