Días atrás el cerró otra exitosa edición de la Noche de los Museos de Córdoba signada por el regreso paulatino a la normalidad después de muchos meses de encierro y de actividades virtuales.
Los números denotaron en general un persistente interés por parte del público hacia la oferta cultural y científica que presentaron los distintos espacios y dejaron abiertas varias preguntas sobre este fenómeno que solo tiene lugar una o dos veces al año y de noche.
Las más de cinco cuadras de cola para entrar al Museo de Ciencias Naturales y las entradas agotadas del Centro de Interpretación Científica Plaza Cielo Tierra pocas horas después de ser habilitadas online dan cuenta de que algo está pasando. Como una especie de elefante gigante en la habitación.
Por qué atrae tanto
¿Cuántas veces entramos en un museo un jueves cualquiera y después de dar unas vueltas nos dimos cuenta de que éramos los únicos transitando esas salas? ¿Cuántas otras hicimos correr la voz en nuestro entorno sobre una muestra o un espacio que valía la pena visitar y no tuvimos demasiado éxito?
Queda entonces intentar entender las razones que hacen que miles de personas se agolpen para entrar en un lugar que está abierto casi todo el año y que solo se llena esa noche.
Esto no corre solo para durante la Noche de los Museos y en Córdoba. Ocurre lo mismo con eventos similares como la Noche de los Teatros, la Noche de las Librerías en Buenos Aires y hasta con la Noche de las Heladerías. Como si el público esperase ese momento en el que “lo cotidiano se vuelve mágico” para valorarlo.
Seguramente, hay algo más que atrae a muchos y condimenta este plato para hacerlo más apetitoso. La nocturnidad puede ser una respuesta, aunque también hay otras.
Estas propuestas, que se llevan adelanten en muchas ciudades del mundo, nos muestran de manera distinta, y con la magia que le imprime la noche, esos espacios que de día a veces se nos presentan como anodinos.
“La sola iluminación del edificio ya es todo un espectáculo” decía el director de Plaza Cielo Tierra, Daniel Barraco, días atrás. Y tenía razón. Todos los museos de noche se ven muy atractivos y distintos por dentro y por fuera.
Además, no hay que restarle mérito a la originalidad de las propuestas que se presentan para darle una vuelta de rosca a lo que usualmente se muestra en cada uno de esos lugares. Recorrer en bicicleta los sitios de importancia en la Ciudad Universitaria es un claro ejemplo de esto último.
Otra posible respuesta es el factor tiempo, lo que explica por qué muchos van en familia a estos eventos. La vorágine del día y las actividades de cada uno hacen que el encuentro en torno a estos espacios sea poco frecuente. Y si bien no se soluciona la cuestión de fondo (la falta de tiempo para el ocio compartido) estos acontecimientos intentar llenar esos espacios vacíos.
Por último, hay que reconocer que muchas personas se olvidan (o desconocen) que algunos lugares existen y los recuerdan solo cuando leen las actividades que se programan especialmente para esta noche. El factor “sorpresa” de conocer o reconocer estos espacios también impacta en el fenómeno, lo mismo que la reacción en cadena de saber que miles harán lo mismo.
En suma, no es sólo el cuándo (de noche) sino el qué y el quiénes.
No morir de éxito
Si muchos lugares que hacen un aporte cultural a la comunidad solo se valoran una vez al año es un problema. Pero, si queremos ver el vaso medio lleno, es una oportunidad.
Esto significa que hay interés. Y desde las autoridades, los promotores culturales y los medios deberemos atender esa demanda y estar a la altura de lo que eso implica.
Aportar a la difusión es una pata importante pero además podrían pensarse alternativas para que la “Noche de…” no se agote solo ahí y haya que esperar 365 días para reencontrarnos.
En ese sentido, se podría pensar en replicarla más veces en el año (¿una por estación sería una opción?) o dividirlas por temáticas (ciencias o artes, por ejemplo) o hasta por zonas para reforzar la pertenencia territorial en algunos lugares. Cualquier alternativa que capitalice el interés real que ya existe sumaría a la cultura local.
Es verdad que la preparación del evento demanda mucho trabajo y se hace con mucha antelación, lo que complicaría la posibilidad de hacerlo muy seguido, pero estandarizar determinados procesos e instituirlos podría simplificar las cosas.
Si hay público ávido por dejar su casa (y sus pantallas) y copar los museos, pues entonces hay que darle más opciones.
La Voz