La última semana de 2021 alcanzó a regalar dos episodios bizarros en materia cultural. En parte patéticos, en parte involuntariamente cómicos, ambos parecen vincularse a una superstición común: la idea de que leer determinados contenidos equivale a caerse en un pozo envenenado o quedar expuesto a una radiación maligna.
Para conmemorar su bicentenario, el Banco de la Provincia de Buenos Aires lanzó un certamen de narrativa que otorga un primer galardón de 100 mil pesos.
Queda para otra discusión si este auto proclamado “Gran Premio”, generado por una institución bancaria, ofrece un monto alto o exiguo. Lo curioso es el artículo séptimo de las bases del concurso, que establece que serán desestimadas las obras “de contenido agresivo, discriminatorio o publicitario”.
También serán descartadas, según el artículo, las obras “que atenten a la moral, sean ofensivas a personas o instituciones, que contengan textos o palabras obscenas, sexistas, racistas o que vulneren los derechos fundamentales de las personas”.
El abanico de prohibiciones parece un mal chiste. Es tan absurdo como impracticable. El Adán Buenosyares de Leopoldo Marechal, por ejemplo, no hubiera pasado la prueba, considerando que sus memorables palabras finales son “Solemne como pedo de inglés”. La frase tendría la virtud de ser discriminatoria, agresiva, escatológica y capaz incluso de vulnerar la sensibilidad británica.
Ni siquiera los integrantes del jurado, Mariana Enriquez, Claudia Piñeiro y Hernán Ronsino, parecían estar al tanto del artículo, aunque una vez que el tema empezó a debatirse en redes sociales tuvieron los reflejos de tomar distancia y aclarar que esa cláusula no va a regir sus decisiones.
Quiroga traumático
Casi en simultáneo, se desplegó en Twitter un intento de cancelación de la obra del escritor uruguayo Horacio Quiroga, a días de que se cumpliera (el viernes) un nuevo aniversario de su muerte.
En este caso, el supuesto foco infeccioso sería “El almohadón de plumas”, un cuento escalofriante, publicado por primera vez en 1907 en la revista Caras y Caretas, y utilizado desde hace décadas como material de lectura en muchos colegios.
Un usuario de la red social que no fue identificado habría considerado que se trata de un contenido potencialmente “traumático” para niños y jóvenes, disparando el debate sobre la necesidad de retirarlo de las aulas.
Hubo una lógica e inmediata reacción “descancelatoria”, que involucró a numerosos autores y autoras que frenaron la escalada de casos en esta suerte de epidemia prohibicionista.
Tanto en el caso del certamen como en el caso de Quiroga, se activaron una pulsión censora y una suerte de alcahuetería histérica, muy a tono con un afán de corrección política que se vuelve abstracta y una cultura de la cancelación que, para decirlo en criollo, gasta pólvora en chimangos.
Posiblemente no exista ningún relato ni libro que no contenga frases o palabras que pudieran afectar, ofender o dañar algún aspecto de la subjetividad de los lectores y las lectoras.
“El objetivo de la buena ficción es la de darles calma a los perturbados y perturbar a los que están tranquilos”, decía David Foster Wallace. Si alguien lee algo y no lo soporta, o escucha voces y ve bultos que se menean, siempre queda la chance de pasar la página o dedicarse a otra cosa.
La Voz