“Síndrome de Diciembre”. Así suelen llamar los especialistas al cúmulo de tensiones que se manifiestan para las Fiestas y que tienen que ver con los balances de fin de año: el saldo de los proyectos personales, la evaluación de las actividades que cada uno desarrolla, los duelos sufridos y los desafíos planteados, más un sinnúmero de pormenores que resultan en un pico de estrés adicional para esta época.
A la tensión habitual se suma la que genera el cierre de este 2021, con la situación epidemiológica del Covid-19 y su “renacimiento” en las últimas semanas (con todos sus derivados económicos, laborales y afectivos). Entre unas y otras, componen un combo perfecto para el burnout (o agotamiento mental), al que merecemos escaparle.
“En este escenario se combina el estado mental que tiene una persona producto del estrés crónico y la tensión permanente de los últimos tiempos, con el estrés agudo que podemos vivir cada fin de año”, describe Carlos Spontón, licenciado en psicología y desde hace cuatro años coordinador del estudio de la Universidad Siglo 21 que evalúa el índice de bienestar de los argentinos.
A esta combinación de tensiones que sobreexigen la tolerancia de la personas se le agrega un componente adicional. Es el contexto de rebrote del Covid-19, con un aumento acelerado de casos a partir de la variante Ómicron y con aislamientos casi permanentes, que desbloquearon un nuevo nivel de agotamiento que no estaba en los cálculos.
Razonamientos
“En las Fiestas está siempre presente el tema de los duelos, por pérdidas materiales o de seres queridos. Sobre esta carga emocional se suma otro, que es el aislamiento a partir de estar contagiado de Covid o ser contacto estrecho de un positivo. Entonces, la expectativa de la fiesta familiar se cae y la gente lo pasa solo. Y eso suma”, asegura Spontón.
Agrega un componente central para la idiosincrasia argentina: la necesidad de los vínculos. “Los argentinos nos refugiamos en las relaciones sociales durante este tiempo de pandemia. Si no puedo tener expectativas a futuro me vuelco a lo presente y lo más valorado son los vínculos y eso en muchos casos no va a suceder esta vez”, comenta.
Miles de aislados hoy
En Córdoba más de 75 mil personas debieron pasar la Navidad en cuarentena. En Año Nuevo, el número no sería menor.
A pesar de la modificación reciente al protocolo que redujo la cantidad de días de aislamiento para los contactos estrechos y casos positivos, a cinco o siete días según el caso, decenas de miles volverán a hacerlo en la fiesta de Año Nuevo.
Si bien la cantidad exigida de días de aislamiento se redujo, la cantidad de casos activos en Córdoba aumentó notoriamente esta semana respecto de la anterior.
En este escenario, las expectativas y planificación de miles de personas, para este evento, se reducen. E influyen en sus núcleos familiares o sociales.
Adaptaciones
El aumento exponencial de contagios da la sensación de una amenaza permanente. Memes como los de Neo de Matrix eludiendo las balas o de cualquier personaje de ficción sorteando todo tipo de peligros, parecen descomprimir desde el humor un poco la situación.
“Cuando hay muchos golpes traumáticos a nivel social, la adaptación es pensar a más corto plazo. Ya no se piensan si las clases o el trabajo van a volver a ser presenciales, solo se puede pensar si me puedo ir a hisopar o donde paso las Fiestas o si hay algún contagiado”, señala el especialista a La Voz.
En estos contextos, prevalece el muy corto plazo: lo que haremos hoy, mañana o esta semana.
Dilemas del descanso
A partir del 1º de enero de 2022, por recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el agotamiento mental (burnout, en inglés) será considerado como un trastorno mental. El primer tratamiento para esto es el descanso.
Pero la tercera ola de Covid-19 también está atacando esta necesidad. “A esta altura del año lo común de mucha gente, o al menos de los que suelen poder, es planear las vacaciones. Pero ahora hay un montón de incertidumbre respecto a esto: a dónde me puedo ir, qué pasa si me contagio, etcétera”, dice el psicólogo.
“Nuestra mente está acostumbrada a momentos de tensión y de distensión. Las vacaciones son precisamente eso: un momento de distensión que necesita el organismo para no entrar en colapso. Ahora esa esperanza se transforma en incertidumbre; entonces puede que empecemos el año más cansados”, advierte.
En este caso, sirve la metáfora del celular viejo. A pesar de haber estado cargándose toda la noche, la batería no se recupera y no alcanza el 100 por ciento de rendimiento a la mañana siguiente y cada vez se acaba más rápido. Lo mismo podría decirse de una persona que acumula estrés: no logra recuperarse.
De alguna manera esa sensación de recarga parcial queda en evidencia en la irritabilidad y en la rumiación mental, que es cuando se repiten problemas sin resolver.
¿Qué efectos podría traer esta situación? “Pueden aumentar los problemas de ansiedad, porque vamos a estar más alertas, los problemas de depresión por las pérdidas, sea personales, de dinero u otras. Lo más común son los trastornos del sueño”, advierte Spontón, que señala que toda esta carga de fin de año a muchos se les notará tras el primer trimestre de 2022 cuando -también sin certeza- quizá vuelva otra “nueva normalidad”.
La Voz