octubre 13, 2024 10:35 am

La permanente pulsión pendular de nuestro país parece estar dando una nueva prueba de su persistencia secular. Agotadas las esperanzas en una dirección, el voto se desplaza hacia una nueva expectativa que, muy probablemente, pasado un tiempo asaz breve derive también hacia el desencanto.

Humor volátil

Si el concepto es siempre hijo de la exageración, podríamos trazar un esquema que intente explicar la alternancia de mayorías y minorías en la política argentina. El oficialismo cuenta con un núcleo duro de votantes constituido por los sectores más pobres del país, que perciben al peronismo como el partido que se ocupa de ellos y por el que sienten una afinidad cultural y social que los mantiene intensamente unidos a él.

Cuando abundaban los recursos, el vínculo se sostenía por los planes sociales y por el derrame de los precios altos de las commodities. Las provincias del norte, donde abunda el empleo público (un modo institucionalizado de subsidio), se suman a ese núcleo esencial y casi inmodificable.

Con el kirchnerismo, se añadió el progresismo de izquierda de las grandes urbes, titulares de las reivindicaciones fragmentarias que identificaba Ernesto Laclau.

La clase media de las franjas superiores, comerciantes, industriales y productores rurales, por el contrario, forman parte del apoyo más vigoroso a la oposición. En las provincias más dinámicas, los votos son para la alianza entre el PRO y el radicalismo. La oposición mantuvo el 41 por ciento de 2019 en las recientes Paso y todo indica que ese guarismo se ratificará.

Es probable que sea un amplio sector de la clase media baja el que desplaza su voto de un lado a otro, en búsqueda de soluciones rápidas e inmediatas, que no llegan en los plazos que esperan. Quienes encarnaban la esperanza de ayer, hoy son rechazados. Pero pasado mañana tendrán otra oportunidad, cuando quienes protagonizan la ilusión de hoy, al no poder cumplir con las expectativas que crearon, sean el nuevo objeto de abominación. Así funciona aproximadamente el corsi e ricorsi de nuestra política reciente.

Sólo buenas noticias

Que la palabra “ajuste” haya sido excluida del lenguaje político no hace sino revelar la renuencia de nuestra clase política a enfrentar la realidad. Probablemente se trate de una proscripción razonable: todos quieren escuchar buenas noticias de los candidatos, y estos aceptan el desafío y ofrecen soluciones rápidas que después no pueden cumplir. Así le pasó a Mauricio Macri con la inflación.

Hoy, una mayoría se expresa a favor de cambios esenciales para torcer el rumbo del país. Por la energía con que se expresan, parecen dispuestos a dar la vida a favor de transformaciones que aseguren un futuro para sus hijos y sus nietos.

Ahora bien, cuando se instala un gobierno dispuesto a hacer lo que sea necesario para alcanzar esos objetivos, ante el primer aumento de las naftas los entusiastas se indignan y comienzan a mirar hacia otro lado, buscando una opción que –¡esta vez sí!– pueda satisfacer sus ansias de beneficios perentorios.

Por algún motivo, los argentinos pensamos que nos merecemos un nivel de vida que está por encima del que puede ofrecer hoy nuestra economía. La inflación expresa precisamente eso: que vivimos por encima de nuestras posibilidades, utilizando artilugios para crear escenarios efímeros donde las condiciones de vida son más amables. Se apela a planes sociales; a subsidios a la electricidad, a los combustibles y al transporte; al retraso del tipo de cambio y el control de precios para forzar que la economía se comporte del modo que deseamos. Pasado un tiempo, las realidades ignoradas toman venganza. Y de vuelta a empezar.

El discurso que falta es el que intente explicar con realismo que la salida de los desequilibrios que cargamos desde hace décadas supondrá un cimbronazo económico inicial, hasta que las nuevas condiciones restablezcan el dinamismo de la economía. Pero, claro, el marketing político aconseja prometer siempre paraísos, nunca insinuar un calvario.

La senda de Juan Bautista Bustos

Finalmente, el gobernador de Córdoba se decidió a intentar un destino nacional. Cierto es que lo hizo intimado por demandas provinciales: una exigua cosecha de votos en las Paso lo llevó a ocuparse personalmente de la campaña.

Avanzó en algunos conceptos: la grieta –dijo– se debe a que ambas facciones en pugna “chocaron el país”. Pero esquivó otras definiciones sobre temas nacionales de importancia. Por ejemplo, lo que ocurre en el sur con las ocupaciones, la violencia en el país, las relaciones internacionales. Prefiere atrincherarse en el cordobesismo porque siente que su pelea contra “los porteños” lo deja como un héroe local que lucha por el federalismo ante la prepotencia del puerto. Juan Bautista Bustos redivivo.

Juan Schiaretti debería sacar las conclusiones de una singularidad del distrito que gobierna: los cordobeses votaron seis veces consecutivas gobernadores peronistas, pero apoyan a la oposición cuando se trata de cargos nacionales. Es decir, lo identifican como el peronista más parecido a Macri.

Es preciso tomar nota de que la “avenida del medio” ya fue intentada. Y no resultó tan ancha como se anunciaba.

La Voz

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