diciembre 8, 2024 12:28 am

David Moreno, un dolor que cumple 20 años

Hacía pocos días que David Moreno había cumplido 13 años, y aquella tarde del 20 de diciembre de 2001 debería haber estado refrescándose en la pelopincho de un amigo, en su barrio Villa 9 de Julio, en el noroeste de la ciudad de Córdoba.

Aunque en la noche anterior los vecinos de la zona habían escuchado los disparos, que atribuían a enfrentamientos entre la Policía y grupos que intentaban ingresar por la fuerza a algún comercio, nadie pensaba que la escena se podría repetir, al día siguiente, frente a sus casas.

¿Dónde está David?

¿Sabés dónde está David?, preguntó Rosa, la mamá, al hermano mayor. “Se está bañando en la casa de un amigo”. Ella había cocinado fideos y le había pedido a David que volviera antes de las 4 de la tarde, porque tenía que salir apurada hacia el centro donde su marido, Luis, estaba internado en terapia intensiva con un cuadro de presión arterial.

Justo antes de salir se escucharon unos disparos, su hija salió a la calle a ver si había pasado algo, pero no se volvió a escuchar algo más. Rosa se terminó de arreglar para salir, le preguntó a una vecina si no había visto pasar a David, y salió apurada.

Cuando el horario de visitas se terminó, Rosa pasó por un banco de Villa Allende a pagar la cuota de la moratoria de un impuesto. Llegó a su casa de calle Piedra Labrada y comprobó que David no había llegado. Otra vecina le contó que había habido líos frente al supermercado Mini Sol, ubicado a 670 metros, sobre la misma calle de su casa.

Salió hacia la casa de su hija, en Villa Allende Parque, y allí habían escuchado que la Policía había matado a un chico. Junto a su yerno remisero se fue al precinto policial de la zona, donde le dijeron que no tenían información sobre ningún niño. Cuando les respondieron eso, una policía se dio vuelta y miró a Rosa a los ojos. No le dijo nada, pero Rosa se dio cuenta de que les estaban mintiendo.

Los mandaron a la que era la sede de la seccional 14. Ahí los policías le dijeron que tampoco sabían algo. Por la insistencia de Rosa, uno de los policías hace un llamado, y por su cara se ve que le estaban diciendo algo grave. El policía le da a Rosa un papelito y le dice que vaya a la sección Homicidios y hablen con un comisario Sosa, el mismo que años después terminaría involucrado en un escándalo relacionado con el asesinato de Nora Dalmasso.

Cuando se encuentran con el comisario, le dice a Rosa que la espere en la oficina y sale con su yerno. Rosa no se acuerda cuánto tiempo pasó en esa oficina, ni quién entró ni salió, pero sí recuerda que minutos u horas después, entraron su cuñado, su consuegra, su yerno y dos médicos que llevaban oxígeno para asistirla. “David se nos fue”, le dice el cuñado. El cuerpo de David ya estaba en la morgue cuando ella salió a buscarlo, pero le hicieron dar todas esas vueltas para saberlo.

Punteros y bolsones

A la mañana siguiente hubo que darle la noticia al papá, Luis. “Me llamó la atención que dejaran entrar a la terapia intensiva a tres personas juntas. Entraron mis parientes y me avisaron. A partir de ahí el tiempo se detuvo. Me sacaron, me trajeron para casa. En el camino pedí parar para comprar una camiseta de Belgrano para David, que me la había estado pidiendo. Se la puse sobre el cajón cuando trajeron”.

Rosa y Luis están sentados en el living familiar, de la misma casa donde David cumplió sus primeros y únicos 13 años de vida. “Hoy tendría 33 años”, dice Rosa, y cuesta mucho imaginar con rasgos adultos a esa cara redonda y con rulos y labios muy rojos, que mira una torta de cumpleaños desde la foto colocada en un estante.

Días después de la tragedia que cambió sus vidas para siempre, Rosa y Luis intentaron reconstruir lo que había sucedido, hablando con familiares, con vecinos, con amigos de David. “Lo que supimos -recuerda Rosa- es que la noche anterior intentaron meterse a los depósitos del supermercado. Y los vecinos contaban que punteros peronistas de la zona, que trabajaban para De la Sota, le decían a la gente que fuera al Mini Sol porque a las 4 de la tarde les iban a dar bolsones”.

“Esto -recuerda Rosa- se comentaba también en radios de la zona. Tiempo después nos enteramos que David se había enterado de eso con un amigo. Nunca supimos cómo fue que llegó a ese lugar, solo no iba a llegar. No éramos de ir a comprar a ese supermercado”.

Plomo policial

El resto de la historia de aquel día, trascendió al país. Un grupo de vecinos llegó al supermercado a pedir bolsones, en aquellos días calientes de saqueos que se repetían por el mapa argentino. Fueron repelidos por las escopetas de la Policía.

Pero entre los perdigones de goma que debieron disparar los uniformados aquella tarde, salieron también proyectiles de plomo.

Cinco de esos proyectiles hicieron impacto en la pequeña humanidad de David, uno de ellos, mortal, le dio en la nuca cuando David huía junto al resto de la gente.

Su cuerpo quedó tendido en la esquina de Piedra Labrada y Tupac Yupanqui, donde hoy queda un monolito blanco abandonado, torcido y maltratado pese a los numerosos esfuerzos que hicieron sus padres para mantener reluciente su placa, que ya no está: “No olvidemos a David”.

En el juicio que se llevaría adelante años después un testigo contó una imagen que a Rosa no se le pudo borrar jamás. “Dijo que lo vio a David caer con la cara en el piso, rebotar y luego volver a caer. Es una cosa que me quedó marcada. Él tenía un golpe feo en la carita”. Los forenses interpretaron que David cae y golpea con su rostro, sin siquiera colocar sus manos para amortiguar la caída, porque el proyectil lo mató en ese mismo instante.

David no fue el único que recibió proyectiles de plomo, hubo por lo menos otros tres heridos. Pero fue, sí, la única víctima mortal cordobesa de aquellas jornadas de saqueos que también tuvieron su cosecha roja en otros puntos del país.

Las balas de la muerte

Investigación trabada

La escena del crimen nunca fue cuidada. En la partida de defunción de David escribieron que había muerto por traumatismo cráneoencefálico, sin mencionar los disparos.

El gobierno provincial, a cargo de José Manuel de la Sota, no impulsó la investigación, todo lo contrario. Los meses comenzaron a pasar sin noticias. Un enviado gubernamental se presentó para ofrecerles a los padres una importante suma de dinero. “Para gastos”, les dijo antes de que su propuesta fuera rechazada.

Gracias a la insistencia de la abogada María Elba Martínez la investigación comenzó. En 2002 no ocurrió nada, recién al año siguiente detienen a un policía sobre quien la institución descargó todas las culpas, para tratar de indicar que fue un hecho aislado.

Pero nunca se investigó en dirección ascendente, hacia quiénes dieron la orden o cometieron el error de repartir proyectiles de plomo en una intervención en la cual correspondía usar perdigones de goma.

La causa judicial siguió, siempre sin demasiada convicción. En 2007 el hermano mayor de David salió a cargar nafta y, cuando volvía a la casa, tres móviles policiales se le cruzaron en el camino. Le hicieron poner las manos sobre el capot, lo palparon y lo dejaron seguir. Cuando llegó y metió la mano en el bolsillo de la campera, tenía cinco cartuchos de plomo. “Era uno por cada uno de nuestros hijos y por nosotros dos. Una amenaza”, interpretaron Rosa y Luis.

El supermercado no volvió a abrir sus puertas y durante varios años su fachada fue cubierta con un mural con la cara de David. Hoy sigue siendo un local blanqueado y cerrado.

Cuando Luis Juez fue intendente rebautizó con el nombre de David Moreno tres cuadras de la calle Piedra Labrada. Pero hoy no queda un solo cartel con su nombre y la calle volvió a la denominación anterior. A unas cuadras de la casa familiar, en un espacio verde, la cara de David Moreno pintaba sobre un muro ve pasar a los vecinos de un futuro que a él le fue negado.

La Voz

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