septiembre 22, 2023 5:56 pm

Marlene Wayar: El Estado cordobés y la sociedad nos deben una disculpa a las travestis

Marlene Wayar nació en Córdoba, “hizo la calle” por distintas partes de la ciudad, se transformó (en eso de estar en constante “transición”, como ella dice) en comunicadora, activista por los derechos humanos y psicóloga social.

Acaba de lanzar su libro titulado Furia travesti, incentivada por la editora Liliana Viola, quien la ayudó a armar un compendio de escritos, una especie de diccionario travesti en el que la T tiene un espacio preponderante.

“Trava”, “trans”, “tetas”, “terror”, son algunas de las palabras disparadoras de ideas. Sin eufemismos que suavicen sus relatos, Marlene se explaya sobre lo que considera que hay que decir.

“Liliana Viola sabía que yo venía escribiendo una novela y me dijo que la editorial estaba interesada en publicar algo mío. Le dije que la novela ya la tenía comprometida para trabajar con María Moreno y a ella se le ocurrió hacer esto que a mí me parecía muy dislocado, como un diccionario que rompa la forma normal”, arranca diciendo.

Por momentos, el libro funciona como un ensayo basado en un agudo análisis de la mirada externa sobre lo trans, pero también hay mucho de lo autobiográfico que expone en carne viva las heridas de la autora y su comunidad, otra vez, sin rodeos y con honestidad.

Quedan al descubierto palabras y situaciones que se repiten a nivel social y que no hacen más que tapar la peor cara de la violencia. Por ejemplo, Wayar analiza la llamada “transfobia” y asegura que no hay “miedo” detrás de quien ejerce violencia sino simplemente odio. Llamarla de esa forma solo ayuda a seguir escondiendo bajo la alfombra la mugre imperante.

–En el prólogo, Camila Sosa Villada invita a que cada travesti empiece, como vos, a “nombrar el mundo por primera vez”, ¿no te genera cierta presión ser de las pocas que tienen voz pública?

–Sí, sin lugar a dudas hay un compromiso, una presión, una responsabilidad respecto de que esto no sea mi visión mezquina. Por eso intenté recobrar los diálogos que he tenido con diferentes compañeras a lo largo de toda mi vida en esta suerte de recopilación, en lo que son mis memorias para que no sea una cuestión sesgada, sino intentar que sea algo colectivo. Con el respeto que implica pasar todo eso de la cultura oral a una forma escrita que la contemple.

–Reivindicás la palabra “travesti” por sobre el concepto de “trans”, ¿hay una mirada política que te hizo dar toda la vuelta y volver al origen?

–No sé si es una lectura política, hay diferentes planos. Nosotras nos manejamos sin pudor con la familia travesti cuando estamos en comunidad pero cuando llega la “otredad” que viene de afuera, que pregunta, que exige, ahí surge “lo trans” y otras denominaciones para tratar de ser legibles. Creo que comunitariamente nos falta fuerza, fortaleza, para defender ideas. Hay una tensión entre lo íntimo y lo público. No tenemos todavía el trabajo colectivo que tienen por ejemplo los pueblos originarios para expresar sus lenguajes, sus cosmovisiones. Entonces en eso va este intento de empoderarnos.

–En el libro decís que en el discurso público hay cierta “infantilización” con ustedes. Las mencionan como si no fueran adultas capaces de tomar sus propias decisiones, ¿creés que también hay una revictimización?

–Sí, nos revictimizan. Esa mirada es improductiva. Creo que en un punto hay un espacio de revictimización en tanto haya que superar un trauma. Entonces es necesario volver a pasar por eso aunque sea en instancias muy privadas y con alguien de confianza, para atravesar la tristeza y poder resolver el trauma de la manera más positiva posible. Ahora, cuando esa revictimización es de carácter utilitarista es inútil porque no busca soluciones honestas e incluso es hasta morbosa, carece de sentido y de humanidad. ¿Para qué sometemos a un acto de declaración a una víctima si no vamos a ofrecerle ayuda, contención y la posibilidad real de lo reparatorio?

–Vos estabas trabajando en una novela, en ficción. De pronto este libro tiene mucho de tu biografía y en algún punto estás desnuda frente al lector, ¿te costó ese proceso?

–¡Qué bueno salir de los eufemismos! Esa es una manera de profundizar que tenemos las travestis pero que en realidad tenemos todos y todas. Quizás la mayoría lo tienen adormecido porque también es un mecanismo de defensa (…) Mas allá de que algunos tengamos mayor fortaleza por cuestiones que hacen a nuestra biografía, a mí desnudarme no me cuesta tanto. Muchas veces me ganan la emoción y las lágrimas, pero eso no me deja muda, sé que tengo que seguir hablando, que eso es lo necesario.

–En el libro Córdoba y sus calles están presentes, pero sobre todo como una ciudad conservadora y algo opresiva, ¿qué lugar ocupa Córdoba hoy en tu vida?

–Mi vínculo con Córdoba sigue siendo amoroso por varias razones. Sigo yendo a visitar a mi hermano, a mi cuñada y a mi sobrinas. Esos recuerdos, paisaje, aromas, aún están. Tengo cosas pendientes para arreglar con Córdoba y con el maltrato. Considero que el Estado cordobés y la sociedad nos deben una disculpa no solo en términos personales, sino en términos colectivos, comunitarios, como un acto de pedagogía y para que nos hagamos nuevas preguntas sobre a dónde queremos ir como sociedad. No estoy desterrada y tengo una gran añoranza porque cuando vuelvo a Córdoba antes podía ver a Maite (Amaya) y hoy ella no está. Y a mi mamá de calle, Sisí, que últimamente no he podido verla pero hay mucho cariño. Además está Camila (Sosa Villada) e Ivana Aguilera. Están esas pequeñas deudas con mi comunidad, con las compañeras que son de mi época. Somos muy poquitas las que hemos quedado.

Furia travesti. De Marlene Wayar. Editorial Ediciones Paidós. 296 páginas.

La Voz

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